Medicina Rockefeller: Una Medicina al Servicio de los Poderosos

Medicina Rockefeller: Una Medicina al Servicio de los Poderosos

 
Por increíble que parezca, la profesión médica nunca ha gozado del prestigio y poder que ostenta en nuestros días. A finales del siglo XIX, la medicina carecía del desarrollo técnico y científico actual, dividida en multitud de grupos cuyos métodos de estudio y curación diferían considerablemente los unos de los otros. No existía una regulación o control en cuanto a la entrada de nuevos médicos en la profesión, encontrándose éstos divididos en un amplio abanico de métodos y doctrinas.

Esta situación fue cambiando gradualmente una vez que la Asociación Médica Estadounidense (AMA), fundada en 1847, consolidó un poder que le permitiría desbancar al resto de disciplinas médicas de la época, principalmente todas aquellas que eran consideradas potencial amenaza para sus intereses. Dentro de estas disciplinas desdeñadas por la ''profesión ortodoxa'' se encontraban los curanderos naturales, también llamados homeópatas o empíricos. Con el objetivo de acabar con todo tipo de competición, la AMA depositó toda su confianza en la medicina científica, basada en el estudio especializado de diversas ciencias como la biología, la anatomía o la química.

Gracias a la adopción de la medicina científica, los doctores, en colaboración con las facultades y escuelas médicas afines a sus objetivos, vieron cumplidas con creces sus aspiraciones profesionales y económicas. En primer lugar, una medicina basada en un exhaustivo estudio académico de las diversas ciencias permitía dotar a la profesión organizada de una credibilidad técnica necesaria a la hora de captar clientela. Al mismo tiempo, la requerida formación académica exigida por la AMA contribuiría a disminuir drásticamente la entrada de nuevos candidatos a la profesión, puesto que esa formación requería una inversión económica muy elevada para el ciudadano medio. Finalmente, se suprimió todo tipo de financiación y apoyo legislativo a las facultades que no incluyesen un programa de estudio estrictamente alopático, es decir, aquel que reniega de la naturopatía como método de sanación y depende en gran medida de la ciencia y la tecnología.

Desgraciadamente, para llegar a alcanzar estos objetivos, la AMA era consciente de que necesitaría fuentes de financiación externas, ya que la creación de un sistema sanitario dependiente de la investigación científica y los avances tecnológicos suponía un coste fuera del alcance de cualquier profesional. En consecuencia, la AMA se alió con las grandes fortunas capitalistas de la época para poder emprender su deseada reforma sanitaria, siendo John D. Rockefeller y Andrew Carnegie los principales impulsores financieros del proyecto.

Entonces surge la pregunta, qué fue lo que llevó a estos titanes a donar enormes cantidades de dinero para reformar el sistema sanitario. Lejos de actuar por amor al prójimo, la medicina científica, además de ser un negocio potencialmente rentable, ofrecía a estos magnates industriales una oportunidad excelente para imponer su particular visión de la realidad. Una medicina cuyos atributos principales eran la ciencia, el progreso y la tecnología se encontraba en una posición más que favorable a la hora de ser aceptada por una sociedad altamente industrializada, tanto por los poderosos capitalistas como por el obrero. Por ese motivo, universidades y facultades fueron financiadas tanto en el ámbito educativo como en el sanitario, con el propósito de crear profesionales y técnicos al servicio del sistema. [1]

Estas labores de donación fueron inicialmente realizadas por pequeñas fortunas locales. Carecían de todo propósito de reforma social e institucional, por lo que simplemente influían de forma dispersa y esporádica en los hospitales o escuelas de sus comunidades. No obstante, sirvieron de inspiración a las fortunas más poderosas en sus programas de reforma educativa.

Uno de los principales filántropos que colaboró en la reforma médica planteada por la AMA fue Andrew Carnegie (1835-1919). Su fundación --Fundación Carnegie para el Desarrollo de la Enseñanza-- fue la fuente de financiación del famoso Informe Flexner. Carnegie es conocido por haber sido, junto con John D. Rockefeller, una de las mayores fortunas de la edad contemporánea, liderando la expansión de la industria del acero en Estados Unidos. Una vez retirado de sus actividades empresariales, Carnegie comenzó con sus famosas donaciones filantrópicas, enfocadas principalmente en el terreno educativo. A lo largo de su vida, donó más de 20 millones de dólares a diversas universidades y más de 60 millones a multitud de bibliotecas, siendo esta última su más famosa filantropía.

En un principio, estas contribuciones carecían de un plan de acción concreto. Tras varios años donando dinero de forma dispersa, finalmente decidió crear varias fundaciones, siendo los directores de éstas quienes dirigieron su fortuna personal con un claro objetivo de reforma social. El más destacado de estos directores fue Henry S. Pritchett (1857-1939), quien se convertiría en el primer presidente de la Fundación Carnegie para el Desarrollo de la Enseñanza.

En 1905, Andrew Carnegie establece el Fondo de Pensiones para Profesores Universitarios, con una donación inicial de 10 millones de dólares. El objetivo de este fondo era paliar los precarios sueldos de los profesores universitarios, a cambio, eso sí, de una total obediencia y cumplimiento de las políticas impuestas por la fundación Carnegie, cuya junta directiva estaba formada por los presidentes de las más prestigiosas universidades.

Simultáneamente, el imperio petrolífero de John D. Rockefeller (1839-1937) también comenzó a involucrarse en proyectos filantrópicos. A medida que la fortuna privada de John D. crecía de forma desorbitada, sus donaciones también fueron creciendo en importancia. En 1902, la primera fundación bajo el control de los Rockefeller es establecida, el Consejo de Educación General (CEG).

Tras la guerra civil, el sur de Estados Unidos había sido completamente devastado. Con el propósito de reconstruir un sistema educativo y sanitario conforme a los intereses de la élite industrial, el Consejo de Educación General es creado para financiar el proyecto. Multitud de escuelas y universidades fueron construidas y financiadas a lo largo de la última década del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, siendo John D. Rockefeller el máximo contribuidor --hasta 1921, John D. había aportado 129 millones de dólares a la fundación-- . En 1913, una todavia más ambiciosa e influyente fundación vería la luz, la Fundación Rockefeller, a la cual John D. inyectaría más de 180 millones de dólares, una colosal cantidad de dinero para la época.

A principios del siglo XX, la AMA inició su ambicioso proyecto de reforma sanitaria, creando un comité especialmente designado para cumplir con los objetivos establecidos, el Consejo de Educación Médica (CEM). Dichos objetivos giraban en torno a una meta muy concreta: elevar el estatus social y económico de los doctores. Esto sólo se conseguiría reduciendo drásticamente el número de escuelas médicas, impidiendo de esa forma la entrada de nuevos doctores en la profesión. Sólo las escuelas y facultades con un alto prestigio académico serían las que gozarían tanto del apoyo del CEM como de las fundaciones privadas. Ese prestigio académico únicamente se convertiría en una realidad para todos aquellos centros dispuestos a adoptar la medicina científica como pilar fundamental de su programa. Quedaban así excluidos todos aquellos centros con escasos medios económicos o cuyo plan incluyera enseñanza homeopática y/o naturopatía.

En consecuencia, los consejos de certificación estatales, en cooperación con el CEM, otorgaron licenciaturas sólo a aquellas escuelas que cumplieran con estas directrices, además de añadir otras tres de carácter académico: cuatro años preliminares de educación secundaria; cuatro años de carrera en medicina; y por último, aprobar la examinación establecida por el organismo de certificación estatal.

Arthur Dean Bevan (1861-1943), director del CEM y presidente de la AMA, fue el encargado de supervisar todas y cada una de las aproximadamente 160 escuelas médicas del país. Los secretarios encargados de inspeccionar los centros y verificar que éstos cumplieran con las expectativas, tanto económicas como académicas, redactaron informes detallados de cada una de las escuelas, los cuales fueron posteriormente enviados a los consejos de certificación estatales y publicados en la JAMA, revista oficial de la AMA . Todas aquellas facultades o centros que no cumpliesen con las directrices se encontraban en riesgo de desaparecer.

Sin embargo, como ya hemos mencionado, una reforma sanitaria cuya columna central era la medicina científica necesitaría enormes fuentes de financiación. Fue entonces cuando los filántropos más adinerados del país entraron en escena. A través de sus fundaciones privadas, estos poderosos aprovecharon la gran oportunidad de elevar su reputación, donando parte importante de su fortuna para una ''buena causa''. Por otra parte, se les presentaba la ocasión perfecta para ejercer un control casi absoluto sobre la profesión médica, puesto que al ser estos magnates quienes ofrecían vastas sumas de dinero a la AMA, serían ellos quienes dictarían sus políticas.

Con el propósito de añadir objetividad y prestigio a su campaña, Arthur D. Bevan buscó apoyo financiero y propagandístico fuera de la profesión, concretamente en la Fundación Carnegie para el Desarrollo de la Enseñanza (FCDE). En 1907 Bevan invita a Henry S. Pritchett, presidente de la FCDE, para que evalúe todos los informes redactados por el CEM. Tras mutuo acuerdo, deciden realizar un informe de todas las escuelas médicas en Estados Unidos y Canadá, debiendo éste ser financiado por la Fundación Carnegie, ya que ambos valoran la importancia de la fundación para moldear la opinión pública en pos de la reforma.

Dr. Simon Flexner (1863-1946), primer director del Instituto Rockefeller para la Investigación Médica, recomienda a Bevan y Pritchett que seleccionen a su hermano, Abraham Flexner (1866-1959), como director del estudio.

En un periodo aproximado de dieciocho meses, Abraham Flexner visita las casi 160 escuelas médicas en Estados Unidos y Canadá, inspeccionando y evaluando todos los aspectos necesarios de cada una de ellas para posteriormente reflejarlo en su famoso informe. Lejos de ser fruto de la casualidad, las recomendaciones y críticas a las diversas escuelas por parte del Informe Flexner coincidían punto por punto con las de la AMA. [2]

Así pues, el Informe Flexner contribuyó a acelerar la ya iniciada reforma sanitaria. Entre 1904 y 1915, alrededor de noventa escuelas médicas se unieron o cerraron sus puertas. En 1910 muchos centros homeopáticos y eclécticos también habían desaparecido, sobreviviendo solamente un tercio de su antiguo número en 1900. Debido al alto coste que suponía cursar en una facultad o escuela que cumpliese con los estándares, sólo los miembros de clase media-alta pudieron acceder a la profesión, dotando a ésta de prestigio y reputación.

Doctores, científicos de laboratorio y magnates capitalistas unieron sus fuerzas con el propósito de desarrollar una medicina que girase en torno a la biociencia y la tecnología, cada cual movido por sus intereses particulares. Esta medicina tecnológica, como ya hemos visto, fue inicialmente financiada por fundaciones privadas --siendo el Consejo de Educación General y la Fundación Rockefeller los máximos exponentes-- con la clara determinación de crear y dominar un sistema de salud organizado, alopático, y por ende, tremendamente lucrativo.

Con la creación de nuevos hospitales y un equipamiento tecnológico cada vez más caro, el Estado finalmente adoptó el papel que inicialmente habían desempeñado las fundaciones privadas, elaborando programas de salud pública y financiando una medicina tecnológica cuyos inasequibles costes acabarán abrumando al ciudadano medio. No obstante, será todo ese dinero generado a través de los programas del Sistema de Seguridad Social que acabará de nuevo en manos privadas, mayormente en farmacéuticas, petroquímicas, bancos y fundaciones controladas por los Rockefeller. [3]

Se crea así lo que algunos autores denominan ''Medicina Rockefeller'', es decir, una medicina totalmente dependiente de la biociencia y la tecnología, de los laboratorios y los hospitales, en donde todo esfuerzo se vuelca en la investigación reduccionista de virus y bacterias como agentes de enfermedad en lugar de focalizar la investigación en causas externas como el ambiente o el entorno social. Una medicina completamente dominada por una rentable industria farmacéutica y hospitalaria, que desprecia otras disciplinas contrarias a sus intereses y que ha acabado convirtiéndose, a día de hoy, en el sistema de salud imperante en nuestra sociedad.

Luis Calderón

[1] Nuevas universidades fueron enteramente construidas durante las décadas de 1870 y 1880, fundadas por los filántropos más acaudalados en aquel entonces. La más destacada de todas ellas fue la prestigiosa Johns Hopkins, fundada en 1876.

[2] Para una información mucho más detallada sobre el proceso de reforma sanitaria en Norteamérica, véase E. Richard Brown, ''Rockefeller Medicine Men: Medicine and Capitalism in America''.

[3] En su libro ''Murder by Injection'', Eustace Mullins expone, con multitud de nombres y apellidos, la enorme red de intereses que gira en torno a la industria farmacéutica, el cáncer y la vacunación. Es lo que el autor denomina ''The Rockefeller Syndicate'' (La Red Rockefeller).

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